Rafael Toriz es veracruzano, pero
vive en Buenos Aires. Nació en Xalapa, en 1983, y además de ser autor
de Animalia (2008), Metaficciones (2009) y Del furor y el desconsuelo (2012) ha
sido becario, en el área de ensayo, de la Fundación para las Letras Mexicanas. Estudió en la Facultad de Lengua y Literatura Hispánicas
de la Universidad Veracruzana y ha obtenido el Premio Nacional de Ensayo Carlos
Fuentes (2004) y el Nacional de Ensayo Alfonso Reyes (2012).
-Se ha dicho que Serenata
glosa la obra de Pessoa, pero además contiene una buena cantidad de referencias
a otras obras, ¿cuáles serían, a tu juicio, los pensadores que marcan una
directriz en los temas que explora tu libro?
-En efecto, Serenata –al margen
de ser una lectura alucinada de algunos heterónimos de Fernando Pessoa –y
particularmente del Libro del desasosiego-
dialoga también con Walter Benjamin, Nietzsche y con Maurice Blanchot. Creo que
el texto se inscribe en cierta tradición melancólica que, al final, como
recomienda Agamben, se solaza en el carnaval, el desmadre y la alegría.
-En el apartado “Danzar la prosa” sostienes que el
ensayo es conversación y diálogo, algo efímero. ¿Qué opinas del diálogo que en
ese sentido puede generarse en las redes, crees que sea una posibilidad
complementaria al trabajo del ensayista?
-Absolutamente. Para bien y para
mal, este libro es una bisagra. Cuando empecé a escribirlo, hace unos seis
años, aún no era común el uso de redes sociales, y si bien Internet era ya una
realidad palmaria, las posibilidades conversacionales no habían alcanzado el
desarrollo de hoy, en que las poéticas del hipervínculo y las retóricas del
hipertexto son ya una realidad. Este libro, testimonio analógico, deseaba
devenir pantalla, una ejecución del proyecto del libro total pensado por
Mallarmé. Creo que este libro se encontrará perfectamente en su elemento cuando
se publique la edición virtual, cosa que espero hacer muy pronto.
-¿Cuál es tu opinión acerca de la situación actual del
ensayo en México?
-Creo que el ensayo, como buena
parte de la literatura actual mexicana, pasa por un buen momento. Hay buenas
propuestas y algunos temperamentos muy sólidos que coquetean más con el humor y
la cultura popular, temas que me apasionan. Algo que deploro profundamente
–además de los pleitos aldeanos en el gremio que sin embargo no dejan de ser
morbosos y divertidos- es que se piense y se ejerza al ensayo como un fenómeno
estrcitamente literario. Muchos de los mejores prosistas contemporáneos se
encuentran anclados en la literatura, cuando otros campos del conocimiento
–música, antropología, ciencia, política, filosofía, socología, medicina y ese
maremagnum que agrupanos bajo el rubro de “cultura popular”- reclaman
intérpretes osados y originales par dar cuenta de la realidad desde ángulos
fascinantes.
”Además, si pensamos al ensayo
como una herramienta que puede dar cuenta práticamente de cualquier
circunstancia –como hacen los ingleses, los estadounidenses y, a veces, los
alemanes– abrimos también sus capacidades de inserción laboral. El mundo
necesita ensayistas, no sólo especialistas en literatura.”
-Con respecto a tu estancia en Buenos Aires, ¿podrías
mencionar las diferencias (y/o coincidencias) que más te llaman la atención
entre el ámbito literario argentino y el mexicano?
-Un análisis profundo
de la literatura argentina, al menos desde la perspectiva de un mexicano,
exigiría una revisión de la historia del país y de la construcción de su
estado.
”En
México resulta imposible intentar aprehender cualquier aspecto de la realidad
nacional sin un análisis del estado mexicano en el siglo XX, esa maquinaria
kafkiana emergida de la Revolución que, a semejanza de la Matrix, pareciera comportar un orden eterno y metafísico inmutable
pese a las vicisitudes de la alternancia política, la insatisfacción
generalizada y la miseria de millones de gobernados. Y aludo al estado porque
la primera diferencia que salta a la vista es su ausencia en la promoción de
las artes. En Argentina, como en toda América Latina, su presencia es mínima.
No existe un sistema de becas como en México ni tampoco una nutrida oferta de
premios literarios que permitan a escritores en ciernes y consagrados vivir de
su trabajo literario[1].
Los escritores que he conocido, algunos de sólida trayectoria y talento
notable, ineluctablemente viven de otra cosa, puesto que su actividad
profesional, como en México, tiene escasa salida comercial y bien sabemos la
fortuna no está esperando por los dedicados a la escritura de libros.
”Otro
detalle funesto que complica el desarrollo literario es la centralización que
vive la república Argentina. Acá, fuera de Buenos Aires, todo es la pampa. No
todas las provincias cuentan con universidades ni con centros de cultura (he
visitado algunos durante viajes por el interior del país y suele campear un
paupérrimo desarrollo municipal). Al país le falta infraestructura, visión y si
me apuran hasta gente. A diferencia de México, donde es posible para los
escritores no internacionales coquetear y labrarse una carrera en el mercado
interprovincial, acá fuera de Rosario, Córdoba y Mar del Plata –siendo
absolutamente generosos– no pasa nada. Hace más de 70 años Ezequiel Martínez
Estrada escribió La cabeza de Goliath
para referirse a la hidrocefalia que caracteriza a Buenos Aires y puede
asegurarse, pulgas más pulgas menos, que la situación sigue en las mismas. La
reina del Plata, más que capital de la Argentina, se ostenta jubilosa como la
capital de la República Autónoma de Buenos Aires.
”Este
aspecto marca una de las diferencias más tajantes. Aquí no existe una
burocratización de la vida literaria ni las carreras se encuentran definidas
por la lectura y simpatía de los colegas, como sucede en México. Por una parte,
esta característica potencia una aguda sensación de orfandad pero, por otra,
posibilita una literatura fresca y desparpajada, incisiva e insolente. En
Buenos Aires es posible toparse con muy distintos registros de escritura, a
veces buena y otras mala; pero lo que no se ve por estos rumbos, salvo escasas
excepciones, son escritores funcionarios. La visión de la cultura como algo
menos institucional y partidista ha sido para mí un gran descubrimiento toda
vez que, a semejanza del pez inconsciente de su vida en el agua, ignoraba la
posibilidad de una carrera literaria a espaldas del estado.
”Por
lo demás, algo que no es bien entendido en ambientes sureños, es la complicada
dialéctica de extender la mano y patear el pesebre, ese deporte instaurado por el
PRI que llevan en las letras el designio de su nombre: en México todos somos
poetas revolucionarios pero también institucionales.
”No
dejan de asombrarme las pataletas de ciertos autores argentinos que desdeñan
los apoyos del Estado por considerar que nada que valga la pena puede estar
subsidiado, cuando lo que en verdad se ignora es que a las autoridades más bien
les importa un pepino lo que se hace con el resultado de esos apoyos, que
suelen funcionar como políticas culturales incompletas, no siempre pero si
continuamente. De lo que si estoy convencido es que el mejor apoyo que puede
recibir un artista de talento en países como los nuestros es dinero. Los casos
mexicanos notables al respecto son numerosos (Pedro Páramo, El arco y la lira y Farabeuf fueron escritos con el
apoyo de becas, por ejemplo). Los casos argentinos de Oliverio Coelho y Samanta
Schweblin demuestran que los apoyos valen la pena cuando los escritores cumplen
con su tarea.”
Rafel Toriz estará acompañado por Marco Antúnez, Sergio
R. Blanco y Juan Patricio Riveroll el viernes 5, a las 19:00 horas, hablándonos
de su Serenata. Acompáñenos en el
Centro Cultural Bella Época: Tamaulipas 202, esquina con Benjamín Hill, colonia
Hipódromo Condesa, México, DF.
[1] En México, gracias al
mecenazgo estatal, es posible ser un escritor de mediana edad –digamos de entre
unos cuarenta y sesenta años— y vivir de la literatura sin haber conocido el
éxito comercial o incluso sin lectores. Además, debido al desarrollo del país,
la cantidad de gente y el funcionamiento más federalizado del país –en México
también padecemos el centralismo pero no se compara con el argentino– es posible dedicarse de lleno a su actividad
creativa complementando su quincena como tallerista, profesor o conferenciante,
lo que redunda en una profesionalización de la vida artística y una
dignificación social que acá abajo, sencillamente, no existe.
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